viernes, abril 02, 2010

PACTO CON UN DEMONIO

Moroni llegó al templo con muchas expectativas.

- Al fin, llegó el momento de recoger los frutos de una década de trabajo.
Aún así, tenía dudas de que su dueño estuviera presente, pero el olor a azufre en la entrada sur, por dónde él había ascendido, fue suficiente comprobación.

Una serie de antorchas encendidas le señaló el camino. El trayecto hacia el corazón del lugar sería intransitable si no.

En el centro de la caverna se hallaba el templo, escoltado a los costados por túneles que eran entradas para los pueblos ubicados al pie de la colina.

El templo recordaba las viejas estructuras arquitectónicas asirias, donde Satán tuvo gran preponderancia en tiempos de los cuales ahora solo nos llegan anécdotas distorsionadas por el paso de los años. Las escalinatas inferiores formaban un círculo que era a su vez la base de la satánica iglesia, de metro y medio de altura. Al finalizar, comenzaban escaleras que formaban un cuadrado, rodeando el templo. Sobre los extremos superiores de la misma se hallaban estatuas de ángeles que habían sido derrotados en alguna celestial batalla. Los vitrales no eran tales, sino signos con conjuros que sólo los demonios y algunos pocos hombres y otros seres inferiores iniciados podían entender. En la entrada del mismo, se encontraba parado Shaitán, poderoso entre los demonios, poco recomendable compañía entre los hombres.

- ¿Qué deseas, basura humana? -le espetó el demonio a Moroni apenas le vio.

- Oh, mi señor. Vengo a traerte las muestras de todas las cosas que he hecho en tu honor, con el fin de que me concedas un solo deseo, con el fin de mostrarte que me ha movido más el deseo de agradarte que el de obtener un beneficio propio.

Shaitán pensó que el humano era un humano demasiado humano, o sea, tremendamente estúpido, pero se dedicó a seguirle el juego.

- Oh, qué bien, querido humano. ¿Y qué me has traido?

- Pues, mira, aquí tengo muchas cosas, espera que abra el portafolio.

Riéndose por dentro, el demonio le indicó con un gesto al humano que se tomara su tiempo.

- Mira, aquí tengo la sangre de los bebés que he asesinado en su cuna, fueron unos quince. Por aquí tengo las personas que “por mala praxis” envenené dándoles remedios que no servían para nada o que podían causarles la muerte. Veinte, pongamos. Aquí recortes de periódicos de personas a las que difamé en mi columna semanal y que luego perdieron los demás confianza en ellas por haberme adornado yo de títulos que compré, frente a ellos que eran muy buenos profesionales pero que no tenían más que presentar que el miserable título de la universidad. Sesenta y siete fueron. Uf... Los empleados que hice despedir, quejándome de ellos sin razón. De estos no llevé cuenta porque fueron muchos. Fotos de chicas menores de quince años que violé para arruinarles la vida para siempre. Muchachos a los que inicié en la droga, para lo mismo que antes. Como verás, he ocupado mi tiempo en servirte. Ah, me olvidaba, también...

Shaitán pensó que aparte de estúpido estaba loco, cosa que no iban de la mano frecuentemente, pero algunos se esforzaban, como este humano. Le interrumpió:

- Bien, bien, ha sido tiempo bien aprovechado, por lo visto. Y bueno, has dicho que has hecho todo esto por pedirme un deseo. ¿Cuál es?

- Uno muy simple, y que tú con tu poder te será muy fácil cumplir, oh, mi señor.

“Uy, que no se arrodille”, pensó el demonio. “Odio cuando se arrodillan. Me dan ganas de decapitarlos ahí mismo”. Pero era tarde, ya Moroni se había arrodillado.

- Te pido, noble señor (“¿Noble señor, yo? ¿Éste sabe a quién vino a ver?”) que me libres de mis enemigos, todos esos que me molestan, los que opinan sobre mi trabajo, los que murmuran sobre mí, los que se tropiezan conmigo en la calle, los que me molestan fumando encerrados en una oficina, los que quieren quitarme mi trabajo, los que hacen que mi existencia no sea feliz y tranquila.

Aquí el demonio hizo un gesto de inteligencia. El tema le había interesado.

- A ver si te entendí, humano. ¿Lo que me pides es que nadie más cause en ti ningún tipo de incomodidad, que quienes te causan algún tipo de enfado no se encuentren más contigo?

- Sí, sí, eso. Que no me estorbe nadie más, que ninguno de ellos esté donde yo estoy. ¿Puedes hacerlo? Yo sé qué sí.

- Pues sí. Podríamos decir que básicamente me pides que tú y los demás no estén en este mismo plano de existencia.

- Sí, sí, tú los has dicho. Eso mismo es lo que te pido.

Por primera vez, Shaitán rió con una risa gutural que estremeció de miedo y terror a Moroni, pero se quedó quieto, no sea que se le notara.

- Ponte de pie, humano.

- Oh, sí, señor. ¿Así podré ver cómo usted realiza su acto?

Otra vez rió con ganas el demonio.

- No, así estás más cerca de mis garras -y con un golpe certero y veloz, le atravesó el corazón y lo mató, y de esa manera, Moroni pasó a otro punto de existencia y nunca más se cruzaría con todos esas personas que le fastidiaban.

Es lo que sucede cuando haces tratos con demonios. Nunca las cosas son tan simples ni tan claras como parecen. Siempre hay un engaño latente y letal en sus palabras.