domingo, mayo 21, 2017

QUE LAS COSAS SEAN (O SE HAGAN)

Estos tiempos ¡ay! han sido más dolorosos que de costumbre. Bueno, no sé, si antes me consideraba algo cínico (la vida te va llevando) ahora es como que... tengo pocas esperanzas en las cosas, en el devenir de los tiempos, en el hombre.

Me pasa últimamente, que siento que las cosas corren en un sentido que es, en parte, previsible, en otra parte, inevitable. Nótese que aunque a veces corren juntos no son lo mismo.

Recuerdo en la última temporada de Ángel, el vampiro con alma que salió de la serie Buffy, que el hijo de Angel mata al demonio que estaba destinado a matar, y por el cual el demonio ese lo había mandado secuestrar y enviarlo a una dimensión infernal (en el mundo Angel, la mayoría de las dimensiones son infernales, salvo esta, que igual está infectada, pero que no es como las otras. Una manera de decir: no hay escapatoria, lo malo está a la vuelta de la esquina, lo malo nos rodea, lo malo nos va a poseer tarde o temprano.

En ese capítulo, como dije, después de dos temporadas donde pasa de todo, empezando que Angel y su hijo nunca se terminan de llevar bien porque él vive años en esa otra dimensión infernal, este muchacho mata al demonio que tenía que matar, que los libros sagrados decían que sería, luego de siglos, su asesino.

¿El mal tiene solución? ¿El mal se puede eliminar tan fácil? Angel es, antes que nada, una serie simbólica, una serie donde las cosas que pasan nos remite a cosas más terrenales, pero dichas de otra manera. Tal vez la mejor persona de todo el grupo sea el personaje de la gran, gran, gran actriz Amy Acker, y sin embargo, su personaje muere de la forma más triste, inevitablemente. Una entidad demoníaca la posee y la fulmina, la pasa a otro mundo, un mundo donde ella... no se sabe qué es de ella, en verdad.

En esta vida me parece que muchas veces lo que sucede es eso. La bondad y la honestidad no tienen lugar aquí. Si sos honesto terminás abajo de la lona. Si no querés terminar abajo de la lona, si no querés terminar demasiado expuesto, tenés, aunque sea en parte, que volverte lo que aborrecés. Y lo digo abiertamente: casi no conozco a nadie que en alguna forma no comparta formas, haceres, con ese modo de actuar que aborrecen, quizá sinceramente. Y me incluyo, no saben cómo.

¿Qué queda entonces? Por supuesto que hay puros, digo, gente que su inocencia hace que ciertas cosas, ciertas maldades, tal vez pequeñas, de este mundo, no le entren. Menos hay, creo, de los otros, los que teniendo a mano todas las tentaciones, las rechazan. Tienen que tener un estoicismo muy alto, porque esos sacrificios no son recompensados en esta vida. Como a veces digo, como está expuesto en una canción que alguna vez, hace unos pocos años, levanté en internet, Dios parece que a esos que sí creen en un mundo mejor, luchan por él, resisten las tentaciones, les reserva los mejores lugares... en el Infierno. Tortura por toda la eternidad para quienes crean que el Amor, la Justicia, la Piedad, la Misericordia, triunfan.

¿Y si ya cruzaste la línea? Bueno, es donde creo entra la dualidad humana. Añoramos cuando éramos más inocentes, más puros, con más energía rechazábamos el mal. Pero como ya estamos contaminados, como el pecado vive en nosotros, al menos intentamos dar una mano a aquellos que pensamos están en ese otro estado. Claro, generalmente, nos decepcionamos, porque por algún lado el mal se filtra en todos. ¿Qué querrá decir esto? ¿Que el mal nos ha ganado? ¿Que Dios, como en ese cuento de Herman Melville, no es más que otro nombre del Diablo?

Tal vez es amargura. Tal vez es esa extraña cuerda que siempre tira para la nostalgia, porque lo que es, esa felicidad que uno busca y tan pocas veces obtiene, alcanza, no importa cuanto uno gaste energías, siempre se acaba, y demasiado rápido.

Y el bien que podemos hacer, a veces sin darnos cuenta, a veces porque las circunstancias que nos permiten hacerlo nos llegan cuando nos llegan, lo hacemos tarde, lo que es lo mismo que no hacerlo. La mano que pudimos tender no la tendimos. Las palabras amables que pudimos decir nos las dijimos. Y entonces algo nos dice que eso que dejamos pasar hace que sea tarde, que sea inevitablemente tarde.

Y el adiós, ese adiós inexorable llega. Y no nos reconciliamos con quién deberíamos habernos reconcilidado, aunque tuviéramos suficientes razones para el rencor. Esas palabras que consolaran a una enferma no las dijimos. Esa ternura que tuvimos que dar con quién ya no está a nuestro lado y tal vez por siempre nos las dimos.

Las cosas debemos hacerlas. El dolor que queda por eso que no hicimos, no importa cuanto bien (si verdaderamente fue así) hicimos antes: eso que no hicimos nos perseguirá siempre.

Como la mano de tu hijo en un ataúd, y te preguntás por qué no lo abrazaste aunque estaba enfermo. Por qué no aceptaste los sueños de un moribundo, aunque no lo parecía pero en tu corazón un ángel te señalaba que ese era tu momento de ser bueno.

Tal vez la mirada desesperanzada, poco inspiradora, sea lo que no nos hace pensar en nada bueno. Lo que hace que sintamos que lo peor podía venir, y vino, y poco pudimos hacer. Tal vez dejamos morir muchas cosas dentro nuestro. Tal vez estamos muertos, y sólo andamos como fantasmas errantes en este mundo, pensando que lo mejor está por venir, y tal vez lo mejor no nos toque pero tanto nos rebelamos que no dejamos que lo mejor le pasara a otros también, aunque sea una vez en su vida.