martes, enero 06, 2009

EL HOMBRE LIBRE


Fue por obra de la casualidad. Estaba enfrentando al poderoso Hombre Magnético, y cuando la atacó con fuerza para deshacerle de todas sus armas, sin querer, arrancó de su epidermis el metálico sensor que le unía con la Hermandad de los Corregidores.
Aunque si bien no era tan poderoso como su enemigo, aún poseía el Aura, una manifestación energética de su ser que los Hermanos le habían enseñado a usar. Parado frente al Hombre Magnético, y mientras éste se preparaba para matarle luego de una larga lucha, se sentó y se concentró y dejó que su fuerza se alimentara de todo el odio y la rabia de su oponente. “No hay mejor arma ni mayor fuerza contra un enemigo que las de ese mismo adversario, si las sabes emplear”, fue uno de las primeras enseñanzas que le impartieron luego de convertirse en un Iniciado. Había cumplimentado con los Siete Ritos, había bebido su propia sangre y se sabía un Puro.
Y lo sabía, y sabía que si conseguía serenarse, aún mientras el Hombre Magnético descargaba todo su poder sobre él, casi no había nada imposible para él. Con que cerró los ojos, y mientras sentía el azote de los objetos sobre su cuerpo, horadando su piel, atravesando sus entrañas, en un momento alcanzó el éxtasis. Y sus ojos brillaron, con el color cálido del sol, y toda la energía que descargaba el Hombre Magnético sobre él, le alimentó, y levitó, tanto poder absorbió, y lanzó una carcajada fuerte, y rió como un idiota, y fijó sus ojos en el interior de su enemigo, y le absorbió su esencia, toda la que pudo, toda la que él con su odio y su rabia y su frustración, dejaba fluir a través del despliegue de su poder, y cuando la fuerza vital que le sostenía con vida llegó a un nivel mínimo, sus ojos se secaron, temblaron sus rodillas, su cuerpo tuvo espasmos, y cayó pesadamente al suelo. Siguió con los espasmos un momento más, sin entender qué había pasado, hasta que murió.

Finalmente se acercó al cadáver de su enemigo. Le miraba como si lo que él hizo lo hubiera hecho otro, pero no, ahí estaba su obra. Y algo que al principio le pareció terrible: junto con el poder que había absorbido, parte de sus ideas, pensamientos, sensaciones, habían pasado a él. Si fácilmente había dejado fluir todo el poder que no era suyo, no pudo hacer lo mismo con lo que le había llegado a su mente. Y una idea le carcomía su pensamiento:
— Soy un asesino. Soy un asesino. Soy un asesino.

Encontró finalmente su sensor. ¿Qué hacer? Ahora era libre, ahora podría ir donde quisiera y los Hermanos no le encontrarían, o al menos, les resultaría más laborioso. Pero algo le decía que aún no era el momento de hacerlo.
— Continuaré con el juego un tiempo más. O puedo liberarme ahora. Pero la Hermandad me ha hecho un asesino, cosa contra la cual mi ser se rebela. La Hermandad hace que los hombres se maten entre los hombres. La Hermandad está mal. La Hermandad es El Enemigo. La Hermandad debe desaparecer.

Y tomada su decisión, tomó el chip localizador y cortando un pedazo de piel del Hombre Magnético, lo colocó sobre él y automáticamente el sensor se aferró a ella como una garrapata.
Luego tomó un papel de algún diario que estaba tirado en la calle, envolvió el pedazo de piel seco en él, se hizo un tajo en la piel, y colocó el sensor bajo la epidermis. Tomó uno de esas maravillas médicas que era el poxi y se colocó una gota sobre su brazo. Inmediatamente, la piel se cerró.
— Ahora no estará pegado a mí y podré sacármela en cuanto quiera. Así, iré donde la Hermandad no quiera que vaya, investigaré en la oscuridad, seré la pesadilla que ella siempre temió que despertara. Y me volveré realidad, y ese será su fin. Y entonces, la libertad de que ahora dispongo, será de todos los hombres.
Y tomando un poco de aire, concluyó:
— Esa será mi misión ahora. Ese será el sino que me impondré. Esa luz rectora me guiará. Mi vida estará entregada a cumplir esa tarea, la de derribar al opresor. Y cuando se haya cumplido mi misión, podré purgar esta, y las siguientes muertes, que mi accionar ocasione. Pero la Hermandad debe desaparecer, y para eso no deberán omitirse sacrificios, incluso mi propia vida en el camino si es necesario, siempre que el fin de la Hermandad sea tan claro como este amanecer que ahora me baña.
Y contemplando el sol que en empezaba a lanzar sus brillantes rayos sobre el cielo de una ciudad contaminada, sobrepasando su luz las partículas de deshechos que flotaban en la atmósfera, dando un tono rojo a los edificios que se veían en el horizonte, dio media vuelta y con paso firme, ahora sabía por qué y para qué vivía. Era un Hombre Libre, el primero en milenios. Y no era mucho, pero pronto sería más, incluso de lo que él mismo podía llegar a imaginar.

Continuará...

PD: Me voy a terminar aficionando a esto de escribir inicios de relatos y no terminarlos, je

2 comentarios:

Diana entrebrochasypaletas dijo...

Y ¿por qué esto me recordó a la isla? xDDDD

Luis dijo...

La verdad que no lo sé... Eres muy imaginativa V_V