lunes, septiembre 03, 2007

LUGARES


Ignoro si es por mérito de escuchar aquella canción de La Sobrecarga que decía:

No sé
no sé lo que quiero
Lo que quiero
lo que quiero no existe


o las canciones de Flopa que hablan sobre cosas (muy distintas, obvias) melancólicas, pero hoy, estoy contaminado -también por cansancio extremo, hay que decirlo- de una tristeza y una congoja padres.

Hoy, digamos, aunque sepa lo que quiero, sé también que me siento ajeno a todo, como que todo lo contemplo a través de un cristal y sólo leves contactos con los corazones de quienes quiero (familia, amigos o conocidos) me hacen sentir menos solitario. O integrado a algo.
Lo que pasa es que, habitualmente, siento que todo y todos están lejos de mí, como yo de ellos. Y no por ser especial, ni diferente, ni nada. Sólo, que no sé cuál es mi lugar, a donde pertenezco.
Pero tampoco, y ese es el problema, es algo que lamente demasiado. Es contradictorio. Por un lado, están mis ansias infinitas de crear comunidad. Por el otro, mi deseo de internarme en lo más profundo de mí (abstrayéndome de ruidos internos y externos), sobre todo, lejos de acá.

Es como que necesito, y aquí evoco a alguien de quién estoy muy lejos pero a quién amo como a un hermano, a Francisco de Asís, que se internó en una cueva para entender, para aceptar, para marchar a su propio destino.

Parado en la cima de mí mismo, poco veo. Estoy con los ojos nublados. Siento, como siempre, que, haga lo que haga, llevo una vida inútil, porque mi vida no se da completamente a los demás. No importa, para nada, que parte de ella sí se de, que haga una u otra cosa... Siempre es algo aislado, que no repercute mucho más allá de la acción inmediata.

Tal vez pida demasiado y no acepte ser uno más, alguien perdido en el rebaño, un miembro más de un engranaje. Tal vez, estas actitudes y sentimientos son los esperados; tal vez fueron prefigurados.

Tal vez mañana me despierte y mi suerte sea aceptada por mí, como lo es habitualmente y que me hace sentir sereno y feliz. Pero tampoco creo que uno deba descartar estas tristezas que nadie con inteligencia descartará como síntomas de algo que no se oye o no se quiere oír, como voces apagadas en el crepúsculo que encierran realidades terribles.

A lo mejor nada sea real, a lo mejor simplemente sucede que a uno -y eso también es muy posible- le resulte extraño sentirse bien -acostumbrado a depresiones profundas por tonterías-, y la mente empiece a fabricar cosas a fin de volver a esos estados que en lo más íntimo de sí, no desea volver.

Porque como con muchas cosas, los estados de ánimo se vuelven adicción, y es voluntad firme, en estos casos, perseverar en lo que es más sano para uno mismo.

Saludos y gracias por leerme.

No hay comentarios.: