domingo, febrero 08, 2009

EL HOMBRE Y EL RÍO


El hombre estaba cansado de su largo viaje. Entró al bosque por instinto.

Se arrodilló al lado del río que corría entre los árboles, añosos, antiguos. Tomó de su agua. Recogió entre sus manos algo de agua y se la hechó en la cabeza, para refrescarse.

De pronto, se miró en el río. El agua estaba casi quieta, por lo que su reflejo, aunque no perfecto, le permitía mirarse. Se reconocía y no se reconocía en ese hombre agotado, de labios resecos, ojos enrojecidos y gastados, las ojeras, las arrugas que acompañaban sus gestos.

Quisiera ser otra cosa, quisiera haber tenido otra vida, se dijo en silencio, y no esa vida errabunda que hacía que ningún lugar fuera su hogar, ni el mismo fuego calentara siempre su cuerpo.

Mirando el río, se preguntó cómo sería ser el río y que él le mirara. ¿Qué miraría? ¿Un hombre? ¿Un animal? ¿Se condolería de él?

Pensó que muchos pueblos, muchos hombres se habrán mirado en la vera de este río. Pueblos que probablemente hoy no existían. Animales, cómo olvidarlos, manadas completas bebiendo de este río, que no volverían a caminar por su cauce estrecho, casi amigo.

Se dijo si él no era como el río, en cierta forma. Él también miró rostros que no volvería a ver jamás. Ciudades por las que no entraría nunca más.

Pero no, era demasiado amable con él. Él nunca había tenido su paciencia, su sabiduría. Él nunca había dado de sí a cualquiera que quisiera tomar de él, como lo hacía el río, que no distinguía entre buenos y malos, o entre justos e injustos.

Todo con lo que él se había relacionado, había dejado rastros en él, cicatrices, desde cosas hasta personas. Pero el río había sido hollado en su interior cientos, miles de veces, habían circulado navíos por él en algún tiempo, y de nada él retenía algo; todo surco, todo reflejo, toda pisada, inmediatamente era barrido, como si nunca hubiera existido.

Él había dejado crecer en su interior amores y rencores, odios y sentimientos de piedad. Nada le había sido indiferente, y ahora recién entendía que atarse a personas y cosas era lo que había desgraciado su vida. Había querido ser alguien y era Nadie. Ahora era tiempo también que fuera Nada.

Como él río dejaba pasar todo, él también debía hacer lo mismo. Pasar de su historia, que su historia concluyera. Había hecho lo que había querido, había tomado lo que había deseado, y ahora no tenía cosa alguna. Ni siquiera se tenía a sí mismo.

Pero el río sí se tenía, desde tiempos inmemoriales. Porque no anhelaba nada, ni siquiera a sí mismo. Y entonces podían todos usar y abusar de él como quisieran, pero siempre volvía a ser él mismo. Porque nada era de él, ni él mismo.

El hombre se imaginó que alguna vez este río no estaría, pero eso no cambiaría en esencia lo que él había sido. Porque siendo como era, tan frágil y vulnerable, con esa misma debilidad había hecho surcos en la montaña, horadado las piedras, marcado un surco amplio en el suelo. Y quedar por mucho, mucho tiempo, en la memoria de los hombres, de los animales, de las plantas.

Y se preguntó si podía hacer algo, si podía volverse así, y se dijo que no, porque cada uno debe encontrar en sí la manera de despojarse de las cosas que le atan al mundo. Y con un ataque de furia, se quitó la ropa, se desnudó, quedó sin nada a los ojos del río.

Le miró por largo rato, hasta que el río, con paciencia y con amor, que él no entendió en su momento pero supo cuando se sintió libre por primera vez en su vida, hizo que sus aguas se llevaran sus rencores, sus odios, sus amores, sus anhelos, sus esperanzas, sus sueños, sus frustraciones. Nada estaba ahora. Nada de eso importaba en este momento, sino lo que él era ahora.

Y lloró, lloró como un niño, mezcla de impotencia y felicidad, impotencia por no haber sabido esto antes, felicidad por al fin encontrarse. Y cuando llegó la noche, se tiró sobre la tierra, sobre el pasto que crecía sobre ella, que le servía de mullido colchón, y entregó su ser al río, para que se despojase de él, para que su última atadura con el mundo se rompiese y él al fin fuera uno en sí mismo, consigo mismo.

 

1 comentario:

Diana entrebrochasypaletas dijo...

Uy! no se de que me suena :P