domingo, agosto 06, 2006

6 DE AGOSTO DE 2006

Hoy he tenido un par de sueños con vos, ¡con vos!, que no te conozco, que nunca he estado contigo, y que ahora sé que te amo, como vos dijiste alguna vez sin saber entonces que te referías a mí.
A vos, a quién no te conozco, en un primer sueño, te he visto encontrándote conmigo. Yo estaba a cargo de un vídeo club. Venías y buscabas una película, te la entregaba y te ibas. Yo te miraba con nostalgia, pero nada pasaba.
En el segundo sueño, extraño insistir tanto con alguien a quién solamente he visto en fotos o he chateado en alguna cyberentrevista, estaba en tu casa. Estábamos organizando algo parecido a una fiesta con varios amigos comunes (¿¿??). Me dijiste (vaya recurrencia del sueño en una misma idea) que te consiga "Un Oso Rojo", que querías verla.
Asentí, salí y volví, aunque el trayecto intermedio nunca lo realicé. Estabas esperándome con sonrisa amable. Te di el vídeo en mano. Te contemplé. Con tu figura menuda te acercaste y me hiciste una broma. Vos entraste a un cuarto y saliste, justo cuando yo entraba allí no sé a qué. Levemente nuestros rostros se rozaron. Allí, en medio de todos y sin que nadie a su vez nos contemplara, te di un suave beso en tu labio superior. Vos me miraste. El siguiente beso fue por decisión de los dos.
Nos separamos y enseguida nos dimos cuenta de lo imposible de esa relación, en tu esposo, en que dirían los demás si nos hubieran visto (y estábamos tan amuchados que casi ni movernos podíamos), en eso que apenas revelado debía desaparecer. Vos bajaste la cabeza y luego me miraste con tus intensos ojos marrones, apoyaste tu mano en mi pecho, yo la tomé con las dos, me seguiste mirando mientras te mordías los labios, y te alejaste, apretándome con firmeza mis manos que resguardaban la tuya.
Allí pensé que vos también tenías tus penas, que esa imagen mía de verte feliz, o al menos, segura de vos misma, era falsa. Tenías miedos, temores, inseguridades.
Entonces desperté.
En mi cama, desasosegado.
Me levanté, contemplé el cielo gris, con una leve llovizna que humedecía como acariciando las hojas de las plantas del jardín, y sentí mi profunda, mi desgraciada soledad.
Justo entonces una ráfaga de viento sacudió mis ojos y largué esas lágrimas que estaba conteniendo, que ahora se fundían con esa llovizna que empezaba a ser lluvia que caía como piadoso manto sobre mi cara.

1 comentario:

Juan Manuel dijo...

A las minas tontas y garcas hay que tenerlas lejos.
No vale la pena sufrir por una mina por mas matete que uno se haya hecho. Al principio te podes arrastrar de pena y dolor pero a la larga te das cuenta que alejarse fue lo mejor. A la espera de la persona correcta.
Hay que evitar la histeria femenina porque confunde y lleva a pegarse grandes desengaños.
Hay que sacudirse el polvo de experiencias pasadas y darle para adelante

Un abrazo
Juan Manuel