sábado, enero 12, 2008

DESPERTANDO A THANATOS


Desde hace tiempo ya (la atmósfera contaminada, el vapor de la calle, este café lleno de olores rancios, me obligan a pensar en algo), me siento como alternando entre dos estados.
Si pudiera trazar una analogía. O algo parecido. Soy como un canario que dejaron con la puerta abierta: dentro, aunque era una prisión, aunque no podía volar libremente, estaba feliz, comía todos los días, tenía horas precisas para despertarme, para dormir, para cantar, para alimentarme.
Bueno, esa prisión, ya no es tal. En cuanto puse la primera patita afuera de mi jaula, mi jaula fue botada y oscilo entre extrañar hondamente esa prisión, y la apatía cotidiana de no saber qué hacer. Como que la libertad absoluta me ha dejado sin ganas de comer, sin felicidad, durmiendo sólo porque es una necesidad fisiológica y no puedo evitarla, despertando pero porque la luz del sol no me deja dormir.
Así vivo, digo. Pero como esa avecilla, aunque lamente no estar más en mi prisión de oro, ya no hay retorno, aunque fuera una nueva jaula nunca sería la misma.
¡Qué demonios!, me digo. Miro a la gente en el café, contemplo la última gota de vodka barato en mi vaso que ahora veo que no era por la bebida precisamente que no se podía ver bien a través de él.
Estoy aburrido, pero aburrido de muerte. No hay nada peor que ver transcurrir los días sin sentido, despertándote porque el dolor de cabeza no te deja dormir más, si no, te hundirías en ese mundo de sueños donde te encuentras feliz, porque fue el único lugar que conociste donde estuviste tan contenido.
Así que, me digo, ¿a qué seguir esperando? ¿Un milagro? Lo siento, no creo. O mejor, creo, pero en lo que creo poco tiene que ver con destinos felices y sí en alguien que se divierte con las marionetas de carne que somos.
A lo mejor, no soy libre. A lo mejor, mi acto está contemplado, predicho. A lo mejor este inmenso acto de rebeldía que estalla en mi interior es tan libre como, tal como es para mí, detener con sólo pensarlo los latidos de mi corazón.
Bueno, no, no seré libre, cumpliré mi destino. Miro la calle. Veo pocas personas, todas envueltas en sus trajes especiales, gente del gobierno. En días así, no se puede salir. A mí, me han encontrado desde anoche, en este pestilente lugar lleno de vagos y borrachos como yo.
Veo tal vez la única flor del lugar, un chico atento, amable, hermoso. Lo sé por el rostro de las mujeres, que lo miran soñando, como yo soñaría con ellas sin tuvieran algo destacable. Ignoro qué hace acá. Hasta a un pelafustán como yo le dice “caballero” con voz firme y cálida. Sí. En medio de mis hedores, de mi somnolencia, de mi lubricidad mirando a una chica de la calle sentada en la mesa frente mío, también dando a la ventana, sé que él debe ser.
De los otros tipejos que me rodean, uno más insignificante que otro, nadie se ocupará. Tal vez hasta me darían las gracias por limpiar un poco de basura de esta ciudad. Lo dijo el intendente: “Los pobres son un estadio apenas superior a la basura, y cuando terminemos con ella, iremos por ellos”. Lo dijo el intendente, y me pregunto si se habrá mirado un poco y se habrá dado cuenta que con esa simple definición, situó a los pobres arriba suyo. Los traidores se traicionan a sí mismos, dijo alguien sabio hace tiempo.
Saco el arma de mi bolsillo del piloto, que parece que se va a romper con el peso pero no. Tengo la imagen en mi cabeza. El arma en mi mano, el chico mirándome con horror, jalo el gatillo, restos de su cerebro en el techo, la otra camar...
“¡No!”
Esa voz me sacude. ¿Quién es? Miro atrás. Una pareja jugando al Tali allí. Ni me había dado cuenta. Discutiendo por el desarrollo de los tiros. Vaya. Uf. Vaya susto. Todavía siento la palpitación. Mi viejo y cansado corazón que se sacude. Mi cuerpo gordo y maltrecho que siente que aguanta mucho menos que hace… demasiado tiempo.
Siento el arma en mi mano. Me había olvidado de ella. ¿Qué estaba por hacer? Justo el joven mozo me mira y me siento abochornado por esa mirada. No. Él no se merece lo que voy a hacer. Alguien sí, el que hizo que esta ciudad fuera un estado anterior al apogeo del nazismo en Alemania. Hasta nuestro intendente lo imita, con ese bigotillo parejito, sus ministros de familia bien, rubia y de ojos claritos, como su viceintendente, bonita, sensible, ultrarreligiosa, dispuesta a enterrar a todo aquél que no acepte la nueva religión, pero no sin antes darle con su miradita gris su bendición, que le da el toque mesiánico a su mensaje.
Hay mucho que hacer afuera, y yo fui de los mejores, antes que cayera. Hay mucho que puedo hacer, dado que ahora nadie me ve, todos me ignoran. ¿Magnicidio? No. Je. Es darle mucha entidad; simplemente, será cumplir con el precepto bíblico, poner el hacha a la raíz del árbol y si tiene frutos de hiel, talarlo y echarlo al fuego.
Extraño, encontrar mi destino me hizo despertarme. Lo siento en mis huesos, en mi piel, en mis músculos. Gordo y viejo, me siento fuerte, ágil. Bueno, siempre lo fui, sólo que lo había olvidado. Cuando me levanto de la mesa, lo hago sin los resoplidos que solía dar. Dejo unos billetes al lado de las servilletas, y salgo por la puerta a grandes pasos. Uno de los guardias en la calle me pregunta donde voy y entonces me da una mascarilla y un tubo de oxígeno.
No sobreviviré a este día, lo sé, pero al menos allanaré el camino para otros. Tal vez lo que venga sea peor, pero entonces se demostrará que la mala semilla está en el corazón de esta ciudad, no en determinadas personas en particular, y de ese destino ni yo ni nadie, salvo ellos, los podrá salvar.


Gracias por leerme. Que tengan ustedes un lindo fin de semana.

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