sábado, marzo 22, 2008

PASCUA (I)


Son más tips que otra cosa:


  • Es difícil atraer a alguien a la fe, empezando por la muerte. Digamos, la idea de morir no le gusta a la mayoría de la gente, comenzando por quienes dicen que "tienen fe". Esos le tienen terror a la muerte. No creo que sea necesariamente por falta de fe. A veces, creo, es simplemente por problemas de conciencia.

  • Parafraseando a San Pablo, uno den gracias que muera por un ser querido. A veces puede morir por un benefactor. Pero no morir por perfectos desconocidos. Y eso es lo que hace Jesús. Hasta por personas de moral dudosa. Y como dirían las personas prejuiciosas de que estamos acompañados y que no pocas veces somos nosotros (ay, si nos miráramos con la lupa que miramos a los demás), "gente despreciable" (como nosotros, empezando por pensar así).


  • En verdad, como todas las acciones que ejecutamos, son consecuencia de algo. Uno no descarta los arrojos temerarios, el sacrificio espontáneo, pero en general, se trabaja en determinados aspectos que conforman determinadas acciones, se persevera en un camino, para llegar a estar listo para el momento adecuado: el camino del sacrificio.

  • Sacrificio, en el fondo, es entender la vacuidad de las cosas, de las posesiones, de los sentimientos que nos atan y no nos dejan crecer. Que ponemos como valiosas circunstancias, personas, cosas, antes que sentirnos bien, estar bien de salud, intangibles salvo cuando eso no está, constituyéndonos a través de posesiones.

  • Aceptar que esas cosas por las que nos sacrificamos (casa, dinero, trabajo, auto, etc.) pueden tener, en verdad, poca importancia, es lo que lleva a muchos, a la mayoría, a rechazar la idea esencial de la fe (desde laicos hasta los sacerdotes del Vaticano, digo): el desprendimiento, el priorizar al otro antes que a satisfacernos nosotros mismos. "Una sola cosa te falta: ve, vende todo lo que tengas, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme" (Marcos 10, 21; Lucas 18, 22).


  • Alguna vez, nuestra luz se apagará. Si nuestro fuego lo gastamos en cosas que hacen grandes fogatas, lanzan grandes llamas, pero luego de consumidas, son sólo cenizas, dan cuenta de en qué y cuánto malgastamos nuestro tiempo.

  • Por el contrario, dejar que nuestro fuego sea humilde, que sea poca cosa ante el sol, pero de una luz tenue pero clara en la oscuridad, es lo más alto que podemos aspirar. O que de nuestro fuego otros puedan encender el suyo, que es, en verdad, la misión del cristiano, el fuego que arde por la llama divina que habita en nuestro corazón, y que debe volverse a él para encontrarse, como tantos santos y santas (no todos reconocidos oficialmente) lo han hecho. "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos" (Mateo 28, 19).



Continúa...

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