viernes, abril 06, 2007

CUARESMA III Y FINAL


Nosotros, es claro, hacemos uso y abuso de nuestra libertad, y obramos como el hijo pródigo, que un día se aburre de su padre y se va de la casa, no sin antes cobrar su parte de la herencia, y malgasta todo su dinero entre comilonas y prostitutas, y cuando no le queda nada y por primera vez tiene que ganarse la vida, se da cuenta que las cosas no son muy sencillas y decide volver a su padre porque con él vivía bien.

Y lo de la Cruz es un destino que tenemos que tenerlo presente cuando decidimos romper con el pecado en el que nos sentimos tan cómodos viviendo, porque si no estamos serenos de espíritu, si no confiamos verdaderamente en Él, es posible que las circunstancias nos avasallen.
Sobre todo cuando, como digo, todo lo que soñamos y por lo que peleamos, se derrumba como un castillo de naipes.
Y ahí es cuando uno debe pensar cómo se sintió Jesús cuando vio como sus discípulos (nosotros) le abandonaban cuando las cosas se ponían feas (cuando nuestra fe en Él nos pone exigencias que no siempre estamos dispuestos a acatar), cuando lo negaban (cuando callamos nuestra fe ante otros que no piensan como nosotros o no creen o sus creencias no son las nuestras), o cuando estaba solo frente a los distintos jueces y veía que todo conducía a su inevitable muerte, a un destino que Él no se sentía seguro de asumir (volvemos al tema de las exigencias, como la que pone Jesús al joven rico para que deje toda su riqueza y le siga, porque los mandamientos los había cumplido completamente desde chico, y no puede desprenderse de sus bienes materiales... Cómo pasa seguido eso), pero que poniendo su confianza y su amor en su Padre, se entrega a Él, para así entregarse por completo a los hombres, a quienes a pesar de nuestras indignidades y flaquezas, somos hermanos suyos en su humanidad.

Y vuelvo a lo del principio... No importa cuán noble o desinteresando o ganas o voluntad o tiempo le hayamos puesto a nuestra empresa... Siempre para el cristiano está latente la posibilidad de que TODO termine en la Cruz, rodeados y confundidos con los malhechores, destinados a ser sepultados en una fosa común con ellos (como marcaba la ley judía).

Y esto puede asumir distintas formas, y son, creo, nuestros estigmas, lo poco que podemos tener de común con él: el aceptar las cosas como son, y pese a eso, pese a que todo puede venirse abajo, seguir adelante, seguir peleando hasta el final.

Aunque caminos de muerte y desolación se abran frente nuestro, y querramos volver atrás. ¡Nunca! Porque no peleamos por nosotros mismos, sino por algo superior a nosotros que no es Dios, sino la suerte de nuestros hermanos: el compartir el último gesto de Jesús, el volvernos la víctima propiciatoria por los pecados nuestros y de los demás, de nuestros amigos y nuestros enemigos, el para que otros tengan vida. No olvidemos que el último gesto de Jesús frente a quienes vienen a llevárselo en el Huerto de Getsemaní es entregarse y pedir porque no se arresten también a sus discípulos (ver Juan 18, 8-9).

Porque incluso quienes hacemos el mal podemos decir palabras proféticas como las que dio el Sumo Sacerdote Caifás: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo” (ver Juan, 18, 14).

E incluso sin querer, de un modo misterioso y oculto, podemos estar cumpliendo con la Voluntad de Dios. Lo cual de ninguna manera nos redime de las malas decisiones que tomamos conscientemente: las de crucificar a un inocente, para salvaguardar esa riqueza a la que atamos nuestro corazón, sean riquezas verdaderas o nuestro orgullo o nuestro buen nombre o poder.


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Se acabó la perorata por esta vez, que ya escribí demasiado ;).

Saludos Pascuales, en el siguiente Post.

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