miércoles, mayo 02, 2007

UNIDOS HASTA LA MUERTE... Y MÁS ALLÁ     I


I


Un sueño, tal vez.
Un oscuro silencio.
Tu voz latiendo en el recuerdo.
Una llama fugaz en la habitación.
Gritos de extrañeza.
Comprensión cabal de la agonía.


II


Damián miraba el techo. Las hojas del ventilador iban lentas y él se distraía pensando en el calor que haría fuera.
Era de noche, aunque la luz que entraba por la ventana no envidiaba a la del día. Cerró los ojos y nuevamente su rostro se le hizo presente.
Así eran sus días, desde un tiempo a esta parte. En cualquier momento pensando en Natalia, en su esposa muerta. ¡Muerta! Era una palabra, se dijo, pero ¡cuánto desasosiego asociado! Nunca se había sentido más vacío, más infeliz, más desdichado.
Encendió un cigarrillo, y hasta éste le hablaba de ella. La imaginó a su lado, como hacía tres meses, con sus ojos grises mirándolo, esos ojos tan nobles y bellos, esos ojos que le hacían pensar que verdaderamente había un cielo perdido y que si había para él un camino hacia él, sería a través de ellos que lo encontraría.
La recordó fumando con él, en algún bar, apoyando su barbilla contra la mano que sostenía el cigarrillo, mirando a través de la ventana con mirada levemente melancólica que a él le enamoraba más, pensando quién sabe en qué, y Damián contemplándola maravillado, sintiendo todo el tiempo la suerte de que un ser tan maravilloso le amara correspondiendo a su amor por ella.
No todo era color de rosas, claro, pero con Natalia, por primera vez, había sentido lo que era (tal vez un amor tóxico, tal vez un amor enfermo) sentir que su existencia tenía sentido por poder entregarse a un otro amante, sin ambivalencias, sin dudas, sin miedos.
En sus discusiones, pocas en los tres años y poco más que estaban juntos, siempre primaba un sentido de no lastimar, de pensar o tratar de pensar las palabras antes de decirlas, y de pedir perdón si pese a todo el cariño y el amor, se comportaba cualquiera de ellos como un perfecto idiota y hacía un problema por algo que no tenía demasiada entidad. Ninguno de ellos venía virgen de experiencias amorosas, y esas cosas las habían aprendido por las malas, y no querían que algo que lo sentían tan profundo se arruinara por tonterías.
Y tal vez porque esa relación era lo más parecido al sueño que ellos tenían, tal vez por eso, es que terminó tan pronto. O así lo pensaba Damián desde el día fatal.

Se acomodó mejor en la cama. Quitó la almohada bajo su cabeza, apagó el cigarrillo en el cenicero y cerró los ojos. Sintió que su tristeza y su pena iban a matarlo. De pronto, sintió que el aire le faltaba. Un dolor agudo en el pecho. Se asustó tanto que pensó en tomar el celular para llamar a Emergencias, pero calambres en sus miembros se lo impidieron.
Le resultó irónico, y hubiera sonreído de haber podido, como pasó todo este último tiempo deseando morirse, y ahora que le llegaba, se aferraba tanto a la vida. De pronto, el dolor cesó, pero un sopor se apoderó de él. Sus pensamientos negativos se le hicieron presente, pero poco pudo sumergirse en ellos, porque enseguida se durmió.

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